Las mentiras de la ecología radical

Ecolojetas: amantes del apocalipsis que nunca llega

¿Alguna vez se ha preguntado de dónde proviene la afición de los humanos a los apocalipsis ambientales? Es algo que ha sido recurrente desde hace siglos, sobre todo a raíz del cambio de rumbo social que se vivió tras la revolución del 68. El problema (pues eso es lo que es: un problema) se ha visto agravado por la llegada de la hiperconectividad y, como no, de las terribles redes sociales.

Este mundo ultra conectado por redes sociales, ha hecho que estas profecías de apocalipsis ambiental se conviertan en una realidad secular. Sin embargo, a pesar de las predicciones, las distintas fechas y los medios de comunicación favoreciendo la proliferación de las mismas, estas catástrofes se niegan a llegar, siendo refutadas por la realidad una y otra vez. 

Por otra parte, resulta pasmoso el hecho de que no exista ningún tipo coste reputacional al respecto. Si una predicción falla, la cuestión es buscar otra, y quizás subir la apuesta… si antes el fin del planeta estaba en 20 años, ahora está en doce, según los últimos avances en 10… Todo es mentira (no digo que faltan a la verdad, digo mentira), porque sencillamente no es nada científico jugar a ser adivinos.

Ecología en el término medio

Incluso cuando algunas voces, como la de Michael Shellenberger un antiguo activista, se alzan para protestar contra el alarmismo verde, cada nueva predicción apocalíptica cuenta con una ferviente tropa de seguidores que se rasgan las vestiduras y amplifican el mensaje a través de sus redes sociales. Muchas veces (la gran mayoría en realidad), sin siquiera se molestan en informarse o buscar un poco de información al respecto.

No hace ni un año, Shellenberger, quien fuera una de las grandes figuras del ecologismo norteamericano, se bajaba del carro y denunciaba a todos estos profetas. Entre las perlas que dejaba para la posteridad, una resulta especialmente interesante:

“El cambio climático está ocurriendo, pero no es el apocalipsis. Ni siquiera es nuestro mayor problema ambiental”.

Michael Shellenberger

En este contexto, Shellenberger, señala lo nebulosas que suelen ser todas las teorías apocalípticas, así como la falsedad de algunas de las grandes máximas del ecologismo radical como la deforestación, el consumo de carne o la energía nuclear. 

Las mentiras del ecologismo radical

Muchos de estos profetas del desastre se basan en datos que no son ciertos, como sucedió en 2019 con el incendio del Amazonas. En aquel momento, el presidente de la República de Francia, salió para aplacar el sentimentalismo infantil que domina la política en occidente y señaló que “nuestra casa está en llamas”. Según Macron, el pulmón del planeta se estaba quemando.

Sin embargo, tal y como señalaba Shellenberger, el Amazonas, aunque importante para el medio ambiente, no es el pulmón del planeta, pues no funciona de esa forma. En realidad tal y como explica el propio experto, del oxígeno que produce la vegetación amazónica, el 60% es consumido por la propia vegetación, mientras que el 40% restante lo consumen las bacterias, organismos y animales que habitan la zona. Por tanto, no puede ser el pulmón de nuestro planeta.

Por otra parte, la mayoría de estos alarmistas ecológicos provienen de países, como Francia, Reino Unido o Alemania, quienes han construido sus grandes riquezas y han basado su poder en la deforestación y la depredación de los recursos naturales de otros países menos desarrollados. Sin ir más lejos, en el año 900, el 70% de Alemania estaba cubierta de bosques, mientras que hoy apenas cubre un 25%. ¿Ha provocado eso un apocalipsis climático? Lo cierto es que no.

Si quiere saber un poco más sobre todos estos “ecolojetas” es es justamente lo que encontrará en Ecología liberal para no ecologistas y no liberales, en este libro usted podrá disfrutar de una pléyade de catástrofes ambientales provocadas por el despótico ser humano que nunca llegaron, y además, de encontrará una propuesta de mercado para mejorar el medioambiente, ya que el deseo real de todos es vivir en un medio natural lo mejor conservado posible.

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